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Tomás Calvillo Unna

02/02/2022 - 12:05 am

La palabra es el sistema circulatorio del tiempo

"Hay muertes que no se olvidan/ las llevamos dentro/ como se lleva la vida".

La carpintería de la eternidad. Pintura: Tomás Calvillo Unna.

Para Jose Sionil, el novelista filipino cuya librería “Solidaridad” era el lugar donde convergían la amistad y la inteligencia de Manila.
(1924-2022)

Foto: Especial

I
No es redondo el recuerdo,
pero el tiempo lo hace que ruede;
inclina la balanza del ayer y el hoy
y hasta agrega el mañana
para respirar un poco mejor.

Hay muertes que no se van
porque la vida victoriosa persiste
en no aceptar su derrota.
No lo sabemos a ciencia cierta
pero el porvenir tiene la opción
de revertir la historia escrita,
y en un abrir y cerrar de ojos
irrumpir en la analogía pura
del sueño y la resurrección,
que se decantan
en la otredad que nos asiste.

II
Hay muertes que no superamos,
quedan abiertas
esas heridas de vida,
nos acompañan
como advertencia que sacude
a cualquier hora del día.
Son muertes que se llevan en el corazón
del querido amigo que se nos extravió.
No hay donde buscarlo,
perdido en la nada,
aquí resta el halo
de su estar entre nosotros.

Hay muertes que no se olvidan
las llevamos dentro
como se lleva la vida.

III
El tiempo es un viento interior
que no cesa;
es fuego
que una y otra vez se consume;
entre las cenizas perdura
y con el soplo
de un Girón de amuletos
el ave fénix aparece
en su mítico vuelo:
el instinto de eternidad,
la cifra suelta
sin suma ni resta;
la fórmula que no encaja,
el infinito que se desgaja
en segundos
entre risas,
bostezos y muecas,
hasta ser mudez
del recóndito anhelo
que cimienta templos.

IV
El tiempo se inmola en los pensamientos,
son esporas adheridas a la corteza
de una geografía que detenta
todos los caminos posibles.

La pulsión del tiempo es el movimiento;
el agua lo envuelve,
absorbe la luz
de su diagonal insistencia ;
es la concreción de lo etéreo,
su fertilidad,
la dimensión sensible de la tierra.

Tal vez, el no mirar ni dentro, ni fuera,
sea la mayor destreza:
convertirse en venas de ríos;
en ese temblor de las ondas
que augura un indómito devenir,
los rápidos que recomponen
los cauces de nuestra vida.

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